No deja uno de sorprenderse nunca. Leyendo algunos datos biográficos de uno de los artistas más reconocidos del panorama musical patrio,descubro un hecho de su infancia que hasta este momento me era desconocido.
Con 12 años, jugando, se encontró con una bomba de la Guerra Civil y tras sospechar lo que era, en vez de dejarla en el lugar y avisar a las autoridades, la cogió con sus manos y la llevo a una comisaría de policía, para sorpresa de propios y extraños.
Bombas repartidas por toneladas en el viejo continente y que aún amenazan con explotar, pese a mantenerse ocultas en la tierra, allí donde cayeron al azar. Aparecen cada cierto tiempo sin que se anule el poder de funcionamiento de su espoleta, activa por años. Aquello para lo que fue construído, se mantiene incólume después de tanto tiempo. La maldad, por alguna razón, siempre es longeva.
Hace años supe de una historia rocambolesca, de alguien que también tuvo en sus manos un objeto explosivo, una mina anticarros, que pese a su peso y forma aplanada, estuvo en sus manos durante un tiempo, cuando cumplía con el servicio militar, entonces obligatorio.
No supe cómo pudo hacerse con algo así sin que pasase inadvertido para el mando militar que tenía por obligación custodiar el material y menos aún entendí como pudo llevárselo, depositarlo en una estantería en su casa y dormir plácidamente con ella sin temor a deflagración alguna.
Para rematar la historia, cuando se cansó de ella, decidió desprenderse del artefacto, en un paraje del que, al parecer no recuerda el emplazamiento exacto, confiante en que nunca pasase por allí un vehículo lo suficientemente pesado como para detornarla. Qué temeridad, qué locura.
Para denunciarlo, sin duda; imprudencias asociadas a la muerte, con cosas creadas para producirla; bombas de guerra que hace tantos años sembraron Europa de muerte y destrucción. Es como si lo malévolo no muriese nunca, siempre estuviese presto para hacer daño.
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