viernes, 26 de septiembre de 2025

El felpudo

 Falta un felpudo en mi rellano. Es el de mi vecina de al lado.

 Es el mensaje inequívoco de que la casa ya no está habitada, está vacía.

 Llevaba un par de días aparcando sin apuros, al no tener ocupada la plaza de garaje al lado de la mía, la que le asignaron.

 Lo cierto es que sospechaba algo, pero no tuve la certeza hasta ayer, cuando al salir del ascensor, vi el suelo de su entrada, desnudo, con las baldosas gris oscuro que cuesta mantener limpias, llenas de polvo y muescas, señal inequívoca de que se habían trajinado trastos por allí. Las mudanzas nunca son discretas y mudas.

 Salí al balcón y miré hacia su lado de la terraza, ese que separa una barrera de metal con agujeros. Vacía, sin nada que la ocupase, como estaba habitualmente, llena de enseres que sorteaba su pequeño perro, un viejo yorkshire que se asomaba y ladraba, cuando veía pasar otros perros por el camino de tierra que está en frente.

 Será sin duda a quien eche más de menos, al pequeño canino, ese que durante al menos dos años estuvo acompañado por otro gemelo que desapareció de la noche a la mañana, dejándolo sólo, sin compañía.  Más de una tarde hacían dupla y montaban sinfonías de ladridos para disgusto de algún vecino que llegó a quejarse, no para mí a quien siempre los perros dan vida y alegría.

 Es curioso, nunca me molestan los ladridos de los perros, pero si el ruido que hacen sus dueños. 

 Me pregunto, cuánto tiempo estará el suelo de la puerta D desnudo, sin otro felpudo que lo sustituya. Probablemente poco. Va para tres años que me mudé a esa urbanización y ya empiezan a desaparecer vecinos de la primera oleada. Igual algún día es mi felpudo el que se va del rellano del segundo piso. Quién sabe. 

 

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