Adormidera

 Ayer las calles del centro de Madrid se abarrotaron de público, ansioso por ver a sus ídolos, después de alcanzar el enésimo éxito deportivo del principal equipo de la ciudad. Ambiente festivo que no era más que la continuación que comenzó la noche antes, justo después de que el colegiado pitara el final del partido de fútbol. 

 Es fascinante ver lo que mueve el balompié, ver la pasión y adrenalina que generan, incluso en personas de las que no esperas  un comportamiento tan alejado de la racionalidad. Es un diálogo de doble trayectoria en la que cada una de las partes da un beneficio a la otra: el deporte encuentra mecenas suficientes como para financiar sus escandalosos presupuestos y los aficionados encuentran una válvula de escape para sacar a pasear sus flemas, malos momentos y tensiones acumuladas. Todo el mundo gana.

 Como siempre, lo que preocupa de estos menesteres es la resaca, que a menudo se extiende en el tiempo más de lo debido. Como ya se sabe, mientras se esté hablando de lo acontecido el sábado, se dejan en un segundo plano otros debates, en una semana como ésta, de cierre de campaña y de elecciones.

 Pan y circo, Adormidera pura. El fútbol es el opio del pueblo. Convecido de que Marx opinaría lo mismo, si reescribiese su manifiesto en esta época.