Recoger el sobre con las papeletas y la información electoral. Seguir, paso a paso, el procedimiento. Coger el sobre blanco y meter en él la lista a la que vas a votar. Dar tu DNI, firmar como que lo has recibido y enviado y marcharte.
He votado tantas veces por correo, que se ha convertido en una rutina insípida. Por cuestiones de empadronamiento o por ausencia en el día en que se abren las urnas. Esta forma de votar con antelación desvirtúa el momento de depositar el voto en la caja de cristal, hace de eso que algunos llaman el momento culminante de la fiesta de la democracia, un acto monótono e insidioso por el papeleo. Todo sea por dejar constancia de lo que opinamos sobre el momento político actual.
Opiniones que antes lanzaba a los cuatro vientos y ahora se han reducido a la mínima expresión y de manera anónima, haciendo uso de mi derecho a mantener mi opción electoral, secreta. De polítólogo activo y locuaz a ciudadano de a pié silencioso y discreto. Cambiamos y evolucionamos en todo; en esto también.
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