Días de intensa actividad en el Campo de las Naciones, zona de Madrid donde se ubican los pabellones de IFEMA. Por razón de la celebración de la Feria internacional de turismo, FITUR, que este año cuenta como país invitado y homenajeado a Ecuador.
No muy lejos, junto al parque al que da nombre su hijo, se encuentra la Glorieta de Juan de Borbón, amplia rotonda en cuyo centro se encuentra un busto gigantesco con la figura del padre de Juan Carlos I, homenaje que la ciudad de Madrid hace al que fue legítimo heredero de la Corona, al que Franco negó la opción de acceder a la jefatura del Estado y a la que renunció con la incipiente democracia cediendo sus derechos en la figura de su hijo, allá por mayo de mil novecientos setenta y siete.
Siempre me llamó la atención que tardase más de un año y medio en consumarse el cambio de testigos entre padre e hijo, desde que Juan Carlos fuese entronizado como sucesor del octogenario general, apenas un par de días después de que se produjese el deceso de éste, en noviembre de mil novecientos setenta y cinco. Tal vez el padre no se fiara del hijo, nombrado sucesor en las leyes del régimen y formado bajo la conveniencia del dictador. Las cosas de palacio, a veces son intrincadas y por supuesto, van despacio.
Glorieta que es un homenaje a la familia real, a los Borbones, con esa pompa con la que gustan aquí hacer las cosas, boato que contrasta con los miramientos de otras latitudes en donde esos bustos de homenaje, mucho más pequeños,mantienen su ubicación por imperativo legal, como ocurre en el caso del Salón de plenos del ayuntamiento de Barcelona, donde el busto de Juan Carlos I se mantiene en su sitio depués de que la ex-alcaldesa Colau, decidiera quitarla, por mandato directo del Tribunal Supremo.
Símbolos sin consenso, en este reino de taifas donde cada uno hace la guerra por su cuenta.
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