Siempre he pensado que el único camino que le queda a la izquierda para remozar y actualizar su ideario, pasa por coger al vuelo los proyectos del ecologismo político. Es el mejor modo de marcar terreno y de diferenciarse de la derecha, especialmente de la más moderada y amable, defendiendo proyectos que por su implicación y repercusiones económicas, echarán para atrás a aquellos.
Sin duda irá a más y dejará incluso pequeña la Agenda 2030, aprobada en Naciones Unidas y de la que se están haciendo eco todos los gobiernos, en aras de conciliar las esferas económica, social y ambiental, dentro de un marco de desarrollo sostenible.
Ese es el principal argumento frente a los liberales más ortodoxos, que ven difícil casar las políticas ambientales sin mermar las condiciones de prosperidad que se han de mantener y mejorar, si cabe. Detrás de eso que llaman negacionismo climático, no hay otra cosa que la búsqueda de preservar el status quo existente. Legítimo, sí, pero quien sabe si irresponsable a medio y largo plazo.
Propuestas. Muchas. Las que ya se conocen y las que vendrán. La última, la de primar unos medios de transporte sobre otros, eliminando vuelos en aquellos rutas que puedan realizarse por tren en un intervalo de menos de tres horas. Por proximidad, porque contamina menos, se busca limitar el uso del avión.
En casos como este, los detractores vendrán de todos los rincones del arco ideológico; la comodidad no está reñida con las ideas, menos aún si lo que está en entre dicho son las opciones de ocio. En casos como éste, el ecologismo de izquierdas tendrá que ser más creativo, con propuestas asumibles y aceptadas mayoritariamente, lo que no es el caso en este extremo.
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