Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




martes, 23 de julio de 2024

Mirar para otro lado

 Recuerdo en una clase de universidad hace años, cómo un compañero preguntaba al profesor, cómo era posible que un país tan culto y sensible, patria de talentos como Bethoveen, Lutero o Einstein, cuna de la filosofía y ciencia modernas, podía haber alumbrado un pensamiento tan pernicioso como criminal, personificado en la figura de Hitler. Cómo los ciudadanos de a pie, convivieron, aceptaron y toleraron una ideología tan extrema como cruel, de cuyas miserias no hemos aprendido a día de hoy, siendo muchos los que recogen sus idearios y veneran ideas procedentes de tan terrible movimiento político, económico y social.   

 Asesinatos en masa, masacres de millones de seres humanos, considerados como inferiores, condenados a ser exterminados. Bajo la mirada de una población que no supo conocer lo que ocurría o prefirió mirar para otro lado, convirtiéndose así en cómplices necesarios y pasivos de un atrocinio descomunal.

  Esa actitud se reproduce en modo de un bucle día tras día, desde entonces y hasta hoy. Basta con abrir los periódicos o visualizar  las muchas imágenes que por internet pueden observarse, para comprobar cómo los niveles de muerte y destrucción siguen presentes en nuestros días, en nuestras vidas, sin que sirvan de menoscabo a nuestras felices existencias. Horrores de la guerra que se saben pero se inmunizan, en Yemen, SiriaEritrea, aunque los medios sólo se hacen eco de los crímenes de Israel en Gaza o los abusos de la guerra en Ucrania. Muertes de inocentes que no nos sacuden la conciencia y que solventamos mirando sin mirar,  consolándonos con el clásico, ¿Qué podría hacer yo para parar algo así?

 Desde luego, mucho más de lo que parece. Basta con movilizarse, con cambiar la inercia de una opinión publica pasiva, que cuando se activa ejerce una presión que estremece los cimientos del sistema. Siento asco profundo de mi mismo, por mi complicidad en todo esto. Las imágenes de una cárcel del Congo, con seres humanos hacinados como si fueran sacos de cemento, en un espacio tan reducido como nauseabundo, ha conseguido estremecerme para variar, sacarme por un momento de este estado de letargo e insensibilidad en el que vivo, como si todo aquello me fuera ajeno y perteneciera a un mundo que no es el mío. 

 Quizá la clave esté ahí, en que sea capaz, algún día, de ver que el mundo de aquellos es el mismo en el que vivo yo. No hay varios mundos, sólo éste y es compartido, lo suficientemente grande como para que conviva en él toda las vergüenza y miseria humanas, empezando por la mía propia.

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