Parece como si hubiera ansiedad por ampliar el botín en el medallero de los recién comenzados juegos olímpicos, como si quedar sexto o décimo segundo en unas competiciones que tienen la vitola de eventos internacionales, no tuvieran ningún valor.
Nadie hay más decepcionado que el propio atleta que pone fin a los cuatro años de cada ciclo olímpico con la frustración de no haber puesto la guinda a tanto tiempo de trabajo y sacrificios. Niños en muchos casos que entrenan horas y horas para llegar a tono a la cita más relevante del deporte.
No estaría de más dejar de mirar tanto al medallero o compararse con otros países y aplaudir el esfuerzo y la entrega. El deporte es competición, está pensado para alcanzar metas, qué duda cabe, pero la sola participación, representar a todo un país, ser el foco de atención por unos instantes, debe ser también un reconocimiento, un mérito. No sólo por los metales ha de valorarse un trabajo y sacrificio de tanto tiempo. Es lo justo y es motivo como para estar orgullosos.
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