Votan los británicos. Hasta las once de la noche disponen de tiempo, en un día en que los colegios electorales han sido diseminados por toda la geografía del país; a diferencia de lo que ocurre aquí, cualquier sitio puede ser habilitado para ubicar una polling station, desde un colegio a una peluqueria, pasando por una iglesia, incluso.
Las urnas deberán constatar la realidad del hartazgo existente entre la ciudadanía de las islas, tras catorce años de administraciones conservadoras, donde los tories han dilapidado prestigio, riqueza y bienestar de una sociedad, que siempre ha pasado por ser una de las más estables y consolidadas del planeta.
Será el finiquito de políticas erróneas encarnadas en la figura del ex-premier y ahora titular del Foreign office, David Cameron, a quien sus desvaríos llevaron a promover un referéndum por la secesión de Escocia, que enturbió las siempre complicadas relaciones entre ingleses y escoceses, además de otra consulta para abordar la cuestión de la permanencia en el seno de la Unión Europea, refrendada en el ya lejano mil novecientos setenta y tres, que tuvo un precedente en el celebrado a los dos años de consumarse la anexión, con signo positivo en aquel caso.
Unión que nunca vieron en realidad con buenos ojos nuestros vecinos, más confiados en hacer de ese vínculo una alianza económica, sin visos de trasladarla al terreno politico-institucional. Nunca quisieron saber nada de la moneda única, el Euro, ni de cualquier otra cesión de soberanía, recelosos de poner en manos del continente la siempre celebrada autonomía de las islas frente a los territorios continentales.
Brexit, votado en dos mil dieciséis y consumado en enero de dos mil veinte, tras unas durísimas negociaciones que se dilataron por temas como el caso de Irlanda del Norte y sus fronteras.
Son ya cuatro años de divorcio, poco amistoso, pero apaciguado con el paso de los años. Los euroescépticos que celebraron la victoria, creyeron que el país remontaría en lo económico, solventaría cuestiones candentes como el tema de la emigración y asestaría un golpe, quien sabe si definitivo, a la credibilidad de la Unión. Nada más lejos de la realidad.
Con índices de crecimiento paupérrimos, con pérdida de influencia de la City londinense con la huida de empresas que han buscado otras sedes y con un problema migratorio galopante, que con poca imaginación se ha buscado solventar con ideas tan peregrinas como crueles, (cárceles en buques), para retener y aislar a migrates subsaharianos, protagonistas de las nuevas olas de incursiones, en un país que antes recibía mayoritariamente a personas procedentes del este de Europa, especialmente a polacos.
Esa escalada de meteduras de pata tendrán su colofón esta madrugada, cuando el Sistema Westminster adjudique los escaños a las candidaturas más votadas por circunscripción, corriendo el riesgo el primer ministro saliente, Rishi Sunak, de quedar fuera de la Cámara de los comunes.
Una escabechina que promete no tener precedentes. De aquellos lodos vienen estos tristes barros. Muy tristes.
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