Sirves como claraboya y punto de ventilación
pero eres una ventana al mundo.
Toda una tentación abrirte siempre
para mirar mientras te alivias.
Desde ella ves a la anciana hacendosa
echando horas en la cocina,
y al joven esporádico
que entra en ella sólo
para abrir la nevera.
Llevas cuenta de los coches
que cambian de estacionamiento,
y ves a las mascotas
dar sus primeros trotes,
a poco de pisar y oler calle.
Desde esa atalaya observadora
no dejas de lamentarte
de las ramas caídas,
esas que han dejado los pinos
antaño frondosos
en esqueletos escuálidos,
carentes de follaje
que ahora te permiten ver
cosas por años ocultas a tus ojos.
Cómo cambia el paisaje,
por tanto sólo
unas ramas caídas.
Cómo cambia el panorama
desde que prestas atención,
a lo que antes
era baladí e intranscendente.
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