Abrirse paso a codazos, liarse a codazo limpio en mitad de una tangana deportiva, hincar los codos para aplicarse en el estudio... hasta una unidad de medida que se empleaba en la antigüedad, muchas han sido y son las utilidades que le hemos tratado de encontrar a esa articulación, que aún formando parte de las extremidades superiores, quizá porque siempre ha estado atrás, lejos del alcance directo de la vista, pasaba en nuestro día a día más desapercibida que otra cosa.
Hasta que llegó un virus y nos obligó a utilizarlos para algo más que para clavarlos en alguna parte. A falta de abrazos, besos y otras formas de exteriorización de sentimientos, ahora son la manera de saludaros más extendida en el globo. Pocas veces un gesto ha cruzado tantas culturas y continentes, alcanzando tamaño grado de consenso y popularidad. Sorprendente nueva forma de mostrar afinidad o apego, reduciendo el contacto a la mínima extensión corporal y obligando a realizar giros curiosos de cintura donde tocas más hueso que carne, si cabe.
Renovarse o morir. Adaptarse. Y expresarse, aunque sea a codazos, con la parte del cuerpo menos fraternal y ahora más usada, por las circunstancias. Qué orteguiano todo.
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