Suena extraño juntar esas dos palabras en una misma expresión. Poner fin a la existencia debe y puede ser una posibilidad, a la que debemos tener acceso en determinadas circunstancias, extremas, y por voluntad propia. Desde hoy, junto a Holanda, Bélgica y Luxemburgo, la eutanasia será legal en nuestro país.
Derecho que se auna a una voluntad que no es autónoma, que requiere de un segundo cómplice para poder ponerla en práctica y ejecutarla. De lo contrario asistiríamos a un caso de suicidio, regulado como delito en algunos países por considerarse a la persona un bien o propiedad del estado; qué paradoja, delinquir para quedar sin castigo.
Cuestiones morales, cuestiones religiosas, posicionamientos pro-derechos humanos... Pocos temas generan mayor grado de disputa y confusión. Sobre qué es la vida, qué valor tiene, y en qué grado tenemos o no derecho a disponer de ella, es cuestión que no dejará nunca de crear opiniones enfrentadas.
Cuestion de matices, de modos de entedender las cosas, pero, ¿La dignidad debe estar sujeta a estos vaivenes? Más que de vida o muerte habría que hablar precisamente de eso, de dignidad. ¿La tiene alguien postrado en una cama, en estado de coma irreversible? ¿ Tiene sentido alargar una vida así, que sólo redunda en dolor y agonía, para quien la sufre y sus más allegados?
No haría falta más regulación que la del sentido común, para dar vía libre a un asunto como este. Cuando algo no es viable, hay que desistir, dejarlo marchar. Seguramente pocas cosas habrá más humanas y más generosas que este sacrificio de una vida que ya no puede ser más. No se trata de jugar a ser Dios, se trata de evitar el sufrimiento, máxime cuando se tiene la oportunidad y los medios para ello.
Principios de una bioética por pulir, asentada y libre de fundamentalismos. Si somos seres humanos, comportémonos como lo que somos, con respeto y sobretodo, dignidad.
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