Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 4 de septiembre de 2020

La higuera

 Es un árbol de frontera. De tamaño aún menudo, pero destacable, forma parte de la zona de acceso de los portones en fila en donde está mi casa. En realidad es propiedad del trescientos catorce, pero sus ramas y hojas invaden con generosidad parte de la fachada de mi bloque.

 Seguro que alguien experto en plantas y botánica sabría decirnos cuántos años tiene. Yo la veo a diario desde hace doce años, y observo con paciencia como poco a poco gana en envergadura su tronco, ya que sus extremidades no paran de ser cada vez más largas y frondosas. 

 Estos días, cuando ya el verano otoñea, es un carnaval permanente. a sus generosas hojas verdes, acompañan unos higos hermosos, de los que dan buena cuenta la fauna autóctona: palomas, urracas, gorriones y cotorras argentinas pululan por sus ramas, dando buena cuenta de sus frutos, banquete al que son invitados hormigas y otros insectos, con los restos de cada ingesta que van a parar irremediablemente al suelo.

 Cuando veo a los pajarillos, ( qué le vamos a hacer, no importa el tamaño que tengan, o la especie a la que pertenezcan, para mi todos son pajarillos), ponerse las votas con tan dulce fruto, recuerdo los fines de verano de mi infancia, cuando muchos domingos, después de pasar el día en el campo comiendo tortilla y jugando a la pelota, terminábamos por rematar el día al aire libre cogiendo higos o brevas de algunos árboles que cerca de donde acampabamos había. Los había de todos los colores: blancos, rojos, azul oscuro... y luego unos de color verde, que por ser amargos, no servían para ser devorados como postre. A aquellos se los conocian como higos locos, genial denominación para hacer desistir de su consumo.

 Es muy probable que la higuera de mi casa sea de esta última clase, lo cual evita la tentación humana de rapiña de unos frutos que bien podrían acabar en la mesa de los vecinos. Pero no, este es un banquete, al que sólo sujetos alados y residentes a ras de tierra tienen acceso. Disfruto viéndoles en sus incursiones nada discretas, desde el ventanuco del cuarto de baño donde puedo verlas sin que se aperciban de que estoy, como si estuviese en un puesto de observación en medio de un acuífero, cual ornitólogo.

 Serán solo unas semanas más, las que completen el ciclo de cosecha. En pocas fechas, la higuera volverá a su papel principal, la de ejercer de adorno de entrada, sin más. Pero aún así seguiré observando a mis pajarillos, esos que con sus cotorreos o graznidos me alerten de su presencia, vecinos agradables que tanto aportan y nada molestan.


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