Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




jueves, 3 de septiembre de 2020

Estampa familiar

 Me asomo por la ventana cuando escucho ruidos de jolgorio de risas y abrazos. Son tan escandalosos que miro a otras ventanas y observo que no soy el único al que las muestras de afecto callejeras han despertado la curiosidad. 

 Es mi vecino del portal del al lado, que saluda efusivamente a su hija mayor, a la que hacía mucho tiempo que no veiamos por el vecindario. Viene acompañada de otro chico muy joven, seguramente su marido, y de dos niños muy pequeños, en los que el abuelo se entretiene dándoles besos y abrazos.

 A diferencia de lo que haríamos muchos otros, pasado el trámite del primer momento del encuentro, no suben a la casa para continuar la reunión; se acercan al poyete que hay cerca del aparcamiento de coches y allí continúan la reunión familiar, en la que las risas y gritos infantiles no faltan por un buen rato. 

 Como buena familia que son gitana, la calle es su feudo. Parece como si les quemara encerrarse entre las cuatro paredes de un salón en donde seguramente otra familia continuaría con el reencuentro familiar.

 Observo atentamente a la muchacha. Apenas si tendrá los veinte. Y con tan corta edad ya tiene dos hijos. No hace aún mucho cuando vino el crío que seguramente es padre de los dos niños a montar un escándalo en la calle, gritando los cuatro vientos que quería hablar con el padre, porque estaba enamorado de la hija. Después de pasado un tiempo, y con los palcos en que se habían convertido nuestras ventanas observando el ritual de pedida de mano, apareció el patriarca con su bastón adornado con tiras de cuero, símbolo de poder, de liderazgo del clan, de edad a la que se debe completa sumisión y respeto. En un par de pasos cruzó la calle y se acercó al muchacho al que tan solo le dijo:

 - Dile a tu abuelo que venga.

 Con las mismas volvío sobre sus pasos y entró de nuevo en el portal. Y el chiquillo se metió en un coche y se marchó de allí. El espectáculo había terminado.

 La segunda parte de la escenografía vino pues, ayer. Con la visita a los suegros en compañía de los nietos. Como es menester, madre e hija pronto se separaron a un lado y se pusieron a hablar de sus menesteres, mientras suegro y yerno se acercaban al bar de al lado a tomar una cerveza. Entre medias los dos pequeños jugaban con la tía, la otra hija que aún no ha pasado por esa fase.

 Pese a la bondad de la escena, en el fondo sentía pena al ver a aquellas dos criaturas jugando en medio de los adultos. Seguramente será mi conciencia paya, que por más que lo intente, seguirá sin entender ciertas costumbres gitanas. Eterno choque cultural que no debe restar ni un ápice de tolerancia y respeto hacia lo que hacen y piensan los demás.

 

 

 

 

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