Otro seis de agosto
cae en el calendario
con sus bombas dedicadas,
esas que no tocaron,
jamás tierra alguna
pero que desde sus seiscientos metros
asolaron
todo cuanto había
apenas medio kilometro
más abajo.
Volverá a sonar el gong solemnemente,
y el rio volverá a llenarse con luminarias flotantes,
el cielo con globos, que irán hacia lo alto
donde encontrara luz y vida
allí donde un día alguien sembró
lo de abajo de muerte y miseria.
Y nunca cejará el debate,
de si tanta muerte
fue necesaria o prescindible.
Fuera de discusión queda el recuerdo,
pasado y presente.
Hoy que el puerto del país de los cedros
nos recuerda el horror de una explosión
volvemos a mirar a la tierra del sol naciente,
con dolor, tristeza y pena
esa que sale de la convicción
de que seguramente
no hemos aprendido nada.
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