Tiene su encanto madrugar. Es una quietud y una paz que no pueden encontrarse durante el resto del día. El reloj aún no marca las seis de la mañana y mis pasos transcurren tranquilos por aceras vacías y mal iluminadas.
De cuando en cuando me cruzo con algún vehículo que con sus luces me ilumina, sacándome de la penumbra por la que transcurre mi caminar ligero y silencioso.
Sólo cuando bajo a la zona comercial del pueblo, donde están todas las tiendas principales, empiezo a cruzarme con gente, repartidores y dueños de negocios que levantan la persiana y comienzan a colocar el género en sus expositores. Labor de anticipación antes de que llegue la hora de apertura y de afluencia de clientes.
El resto del camino ya no es tranquilo ni solitario, hasta desembocar en el apeadero del cercanías; en el andén caras de sueño y cuerpos aún relajados guardan silencio a la espera de la llegada del convoy que nos llevará al corazón de la ciudad.
Un día de trabajo más, por delante.
Tiene su encanto madrugar,poner las calles, como siempre se ha dicho; una expresión exagerada que tiene por objeto llamar la atención de la casi osadía que supone pisar la calle tan temprano, cuando la mayoría aún sigue en la cama.
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