A Santiago Nasar lo han vuelto a asesinar, pese a que todo el mundo sabía que pendía sobre él una amenaza, que alguien lo quería ver muerto.
Todos lo sabían y él sólo se murió. Desde hace más de un año en los mentideros políticos se tenía constancia de abusos y excesos, pero nadie hizo nada, nadie movió un dedo, ni siquiera por coherencia discursiva. Era un activo para su formación, uno de los grandes reclamos de la marca electoral; en el fiel de la balanza prevaleció y tuvo más peso la oportunidad y el interés frente a la decencia. Nada nuevo bajo el sol.
El daño está hecho y la batalla de le credibilidad, perdida. Algunos van a comerse el turrón con fecha de caducidad.
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