Ha ocurrido esta madrugada en una conocida zona de una capital española del norte. Una detonación ha provocado el derrumbe de un edificio, dejando el desgraciado balance provisional de un fallecido y diez heridos de diversa consideración.
Con el lógico desplazamiento de los medios al lugar, han llegado las primeras impresiones, especialmente de los vecinos, para los que ha sido una noche muy larga, obligados muchos a abandonar sus casas, al ser la primera de las medidas preventivas decretadas por bomberos y Protección civil, la del desalojo de los edificios colindantes por temor a posibles derrumbamientos posteriores.
Todo a punta a que el origen de la tragedia procede de un escape de gas y su posterior explosión, confundida por algún vecino con la detonación de un coche bomba, habitual modo de agresión de la banda terrorista ETA, hace no hace tanto tiempo.
Tanto es así que aún permanece en la memoria colectiva. De manera instintiva es el primer pensamiento que viene a la cabeza. Han sido demasiados años de muerte, sangre y bombas, que han afectado de lleno a varias generaciones durante más de cincuenta años. Cosas así tardan tiempo en quedar sepultadas en olvido cotidiano, que no en la memoria histórica. Cerca de mil asesinados no pueden quedar lastrados a ese abandono, por mucho que la política evolucione y las nuevas generaciones vivan en otro mundo, con otras preocupaciones.
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