Es evidente que cada generación es diferente, porque son distintos los estímulos que recibe y por ende, diferentes los comportamientos que despliegan.
Las nuevas generaciones entenden el ocio de otro modo, consumen menos alcohol, viajan virtualmente a través de redes sociales, hacen menos uso del transporte, conducen menos y más tarde, vehículos privados, cuya compra ya no es una inversión imprescindible, ni elemento identificador de status social alguno; están más concienciados por el medio ambiente y tienen una visión estructural mucho más reducida. La inmediatez de cada asunto, hace complicado establecer una previsión a largo plazo, evitando con ello que tengan una percepción de las cosas más cortoplacista, menos tendencia a ser planificadores, sabedores de que el mundo ahora, no les asegura trabajo, ni necesariamente permanecer en el sitio donde han nacido o se han criado.
Mundo volátil, mundo líquido, mundo de usar y tirar, como decía Bauman, sociólogo imprescindible de cabecera. Este cambia y con él necesariamente las cabezas, que han de amoldarse al cambio constante, elemento enriquecedor, pero también de incertidumbre, sin el cual, no puede enterderse la vida moderna.
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