Jara

 La justicia es ciega y también lenta, aunque cuando llega y cumple con su cometido, alivia.

 Nada menos que cincuenta años ha tardado un tribunal en Chile en juzgar y condenar los hechos que acabaron con la vida del cantautor Víctor Jara. Los siete militares encausados, todos ellos octogenarios que han disfrutado de una vida que negaron al músico, han sido condenados a penas de prisión de quince años, pena que uno de los sentenciados no va a cumplir, suicidándose previamente. 

 Torturado hasta la muerte, su crimen, conocido pero impune, tiene ahora su colofón, su final feliz. Para hacer justicia siempre debe haber tiempo.

 Coincidiendo con este hecho, el presidente Boric ha anunciado un plan estatal para implementar acciones de búsqueda de los más de mil desaparecidos en la dictadura, cuyos cuerpos no han sido localizados; el anuncio forma parte  de las iniciativas y  actos que servirán de homenaje y recuerdo al asalto al Palacio de la Moneda, acometido un once de septiembre de mil novecientos setenta y tres, hace ya cinco décadas.

 Cada vez que leo cosas sobre Chile no puedo evitar sentirme cercano y hermanado con este país y sus gentes y no precisamente por la historia común que tenemos, que nos une a través de la lengua que compartimos y hablamos. Somos países sufrientes de una dictadura, que ha dejado girones que no terminan de cerrarse, como bien se percibe en el sentir de una opinión pública, que en ambos casos no tiene una idea unitaria sobre lo que ocurrió en días tan nefastos.

 Nos une un pasado de muerte y cunetas con cadáveres pendientes de ser desenterrados, aunque al menos los chilenos no sufrieron una guerra fraticida de tres años, que ha dejado heridas que pasan de generación en generación. Estoy convencido en que llegará un día en que ambos pueblos seremos capaces de cerrar estos capítulos con ayuda de la verdad, la justicia y la historia.