Lucen tristes, desamparados, carentes de vida alguna. Lo que en otros tiempos eran referentes y punto de visita obligado para hacer gestiones, ahora aparecen como edificios abandonados, un estorbo en medio del día a día de las ciudades.
Son víctimas del cambio de los tiempos, de la ausencia de envíos físicos por vía postal, de la transferencia de competencias entre administraciones, Internet y la descentralización administrativa, transforman sedes de organismos oficiales en buques fantasma urbanos. Burocracia que fue y ya no acoge funcionarios.
Patrimonio del Estado por desamortizar. Llegará un día en que desaparezcan del todo, salvo que alguna vía de reciclaje los indulte. Mientras tanto languidecen, llenos de basura e indiferencia.
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