Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




jueves, 23 de abril de 2020

Nuevas distancias

 Como cada día, a las ocho.

A través de la venta de mi salón, que ahora es algo más que una simple ventana: es una bocanada de aire al mundo, aunque ese mundo se reduzca a un cuadrilátero, el que forman los cuatro bloques de edificios que circundan un parque infantil de recreo, que lleva seis semanas sin que sus columpios se zarandeen.

 Este domingo empieza la que denominan la desescalada. Como si de un barco se tratase y en la sala de máquinas se hubiese dado la orden de contramarcha o reversa. Después de muchos días de severa reclusión, los más pequeños van a salir a la calle, acompañando a sus progenitores o tutores, tendrán la oportunidad de salir a caminar, a correr, a acompañar a sus mayores al cajero automático. Quién nos hubiera dicho hace pocas fechas que algo tan nimio y elemental iba a ser casi motivo de jolgorio.

 Jolgorio, eso que precisamente ayer tarde faltó en nuestra habitual cita de las tardes. La salva de aplausos de homenaje a los sanitarios, policías, cajeros, taxistas, quiosqueros, y cuantos salen a la calle a trabajar para que no nos falte de nada, vino descafeinada. Asomado a mi pequeña atalaya observaba como mis convecinos aplaudían como faltos de ganas, con los codos apoyados en el alfeizar de la ventana, agitando las manos sin hacer ruído. Justo en esos momentos en el Congreso votaban la prolongación del confinamiento en estos términos, durante otros quince días más.

 Transcurrieron los cinco minutos de rigor, y nos despedimos como siempre. Y las ventanas volvieron a cerrarse con sus cortinas corridas. Cada uno volvió a su reducto, con el ánimo bajo pero la moral intacta. Tantos días de encierro hacen mella, pero vernos a salvo en nuestras celdas de confinamiento da aliento y sostiene.

 Seis semanas. No nos habíamos visto en otra. Mira uno hacia atrás y casi parecen irreales estos cuarenta y cinco días de soledad, de precacuciones, de disciplina y control. Aunque lo que en realidad se hace cuesta arriba son los días que faltan por venir, esos que no tendrán bares llenos de gente, ni colas para entrar en el metro, siempre con esa distancia de separación de dos metros que ahora es la que da seguridad.

  Tan sólo dos metros de distancia. Y sin embargo, qué sensancion de lejanía nos supone. Prohibido tocarse, ni tan si quiera rozarse. Se avecinan tiempos de soledad asimilada como algo natural. tiempos de cariño sin roce, de abrazos con control de calidad, de númerus clausus en reuniones y convites.  Restricciones en todo y para todo. Puede que físicamente sean solo dos metros, pero mentalmente está por ver qué longitud tiene esa distancia. A volentieri. 


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