Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 17 de abril de 2020

Stalin

   Corría el mes de noviembre de mil novecientos noventa y dos, apenas si llevaba un par de meses de aventura de inicio de mis estudios universitarios, esos que comencé en la Facultade de Ciencias Políticas y Socioloxia de la Universidade de Santiago.

 Con las notas de los primeros parciales ya en mano, animado por el notable que había conseguido en la asignatura de Historia, acudía a mi primera tutoría con el que era el profesor titular de la misma. El motivo, presentarle una propuesta de trabajo para complementar mis calificaciones.

 Aquel hombre que cuando se presentó en la primera clase dijo tener dos pasiones en la vida: la historia y el Barcelona, comenzó su primera clase diciendo que tuvo a un alumno que se apellidaba Martín Vázquez, y que a punto estuvo de suspenderlo. Pese a notarse el tufillo a broma manida y repetida, aquello provocó una risotada generalizada.

 Con su mostacho poblado y habitual americana de tweed, me recibió en su despacho. Amable y bonachón se mostró mucho más cercano que lo que solía hacerlo sobre la palestra. Al saber mi procedencia, cambió el gallego por el castellano y juntos anduvimos vacilando por qué temas podrían ser interesantes para confeccionar un trabajo. Yo por aquellos días andaba terminando una biografía de Stalin, y cuando le sugerí hacer una reseña de aquel libro me dijo:

 - Más que reseñas me gustaria saber qué enfoque le darías tu a ese personaje. Más que de Stalin, preferiría que trabajases sobre el Stalinismo.

 Y dicho y hecho, salí de allí con tema con el que trabajar y sólo me quedaba pasar por la biblioteca de la facultad y hacerme con el mayor puñado de libros que encontrase sobre aquello. La cosa resultó bastante fácil, así que, pertechado con mis libros, bajo el brazo, me volví a mi Colegio Mayor para ponerme manos a la obra. 

 Buceando en infinidad de documentos y reseñas históricas, absolutamente asombrado con costumbres como los declarados sábados comunistas o subbótniki,(días que se trabajan sin percibir sueldo, que se donaba al partido), y con la obsesión de mejorar la capacidad industrial de la URSS con los famosos planes quinquenales, que en muchos casos se desarrollaban en menos de los cinco años preceptivos, en ese afán de conseguir mucho y muy rápido sin importar lo que costase. Como prueba de todo ello fue construído y presentado al mundo como si fuese un milagro, el Canal Mar Blanco- Báltico, cuya terminación para unir ambas superficies acuáticas, apenas si se demoró veinte meses, pese a contar con rudimentarios medios técnicos y una mano de obra, poco cualificada y esclava, que en no pocos casos encontró allí su sepultura.

 Ya por entonces andaba bastante horririzado con la figura del segundo gran líder soviético de la historia, y eso que no había llegado a la etapa de las purgas, esas cribas masivas que entre asesinados, desplazados y defenestrados a trabajos forzosos, cambiaron el destino de un sin fin de personas.Seguramente ese trabajo terminó por darme una idea sobre el mundo soviético y su forma de entender el comunismo, que en nada mejoró mi opinión sobre esa ideología en sucesivos cursos y materias.

 Yo seguía trabajando en mi pequeño ensayo, cuando uno de los días en que andaba redactando alguno de los capitulos del mismo, llegó uno de mis compañeros de residencia, a mi mesa en el aula de estudio y tras echar un vistazo a lo que traía entre manos se marchó sin decirme nada. Un tanto extrañado, seguí con lo mío cuando no mucho más tarde apareció el director del colegio, el tristemente ya fallecido Juan Carlos, cuando al verme con mis libros de tapas rojas y hoz y martillo me dijo:

- Ten cuidado con lo que lees; hay ciertos temas que son peligrosos.  

 Debí poner un gesto extraño al recebir ese mensaje, mezcla de incredulidad o de no entendimiento,  porque al instante aquel hombre se marchó y no me insisitió en el tema. Pese a su profundo vínculo con el Opus Dei y a sus convicciones, aquel director tenía la suficiente inteligencia como para saber hasta dónde podía llegar su límite de persuasión, algo que no conocí en otros miembros de la obra con los que compartí curso académico aquel año. Y así sin comerlo ni beberlo, me gané entre aquella camarilla cierta fama de rojillo, tan solo por intentar hacer un trabajo sobre un líder politico del siglo XX.

  Censura. Rodeado de personas regidas bajo una estricta moral que implicaba comportamientos austeros y serviles, completé aquel año universitario, el único que hice en Galicia antes de trasladarme a Madrid. Y pese a que lo intentaron no consiguieron intimidarme, ni hacerme pasar por el aro de leer libros que estuvisen en su particular   Index de libros prohibidos. Me reafirmé en mis posturas y a la larga, me gané el respeto de unos y otros, tan solo por dedicarme a estudiar.

 Aquel trabajo me hizo subir nota, gustó bastante a mi profesor y a mi me permitió entre otras cosas comenzar a renegar de prácticas populistas y totalitarias. Fue así, buscando documentarme, tratando de formarme, como acabé por dar forma a mis ideas, a mis planteamientos y a mis criterios de análisis y critica. Y la que es una de mis grandes convicciones: Si no quieres que te manipulen, fórmate antes de informarte.

 Entristece ver a día de hoy como preocupan más las mentiras y banalidades que se dicen, que la pobre capacidad de análisis que tienen las personas para poder separar lo verídico de lo falso. Cómo en vez de apostar por formación y educación, se decide iniciar cazas de brujas, como si poniéndole puertas al campo se consiguiera eliminar el problema. Silenciar lo que no gusta oir, aunque sea falso, no resuelve problemas, los mantiene, si no los amplifica. Tal vez sea así por que a nadie le interesa tener cuidadanos pensantes y equidistantes a la manipulación. Maquiavélico puro.
 

 

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