Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 24 de abril de 2020

Kilómetro diecisiete

 Kilómetro dicisiete, altitud, seiscientos noventa metros sobre el nivel del mar.

 Eso reza en todos los planos del anillo. Eso lees en un bolardo cilíndrico alto, rematado con el característico color naranja en la punta, que a modo de hito indica al ciclista por dónde va.

 Es un punto interesante, con buenas vistas. Llegas hasta él después de iniciar una prolongada bajada desde Las Rosas, que culmina en el barrio de Moratalaz, en la zona de Pavones. Después de subir una curva en zig-zag, lo tienes a tu alcance, justo al comienzo de la pasarela que te permite cruzar y visualizar desde lo alto la autopista A3, con sus cuatro carriles en cada dirección, amen de las vías de servicio. Me gusta ver las carreteras grandes llenas de coches, me recuerdan a mis años de niño, cuando sentados con las piernas colgando entre los barrotes de la barandilla, jugábamos a adivinar el color del primer coche que pasase, o a decirnos aquello de el siguiente que pase es el que me compraré cuando sea mayor...

Las vistas urbanas de carretera y edificios circundantes se completan con un parque majestuoso, siempre en continua bajada, hasta que llegas a la terraza de la M-40, en uno de los extremos del parque de las Siete tetas de Vallecas, cuyas vistas al atardecer es uno de los grandes regalos que ofrece Madrid y que muchos madrileños no conocen.
 
 Es el anticipo del camino en dirección a Palomeras bajas y al Pozo del tio Ramundo, a seguir bordeando con el carril-bici carreteras, esta vez, la M-40, llegar hasta MercaMadrid, y desde ahí por el parque de Entrevías, hasta la Caja Mágica...

 Cuántas veces habré hecho ese recorrido, en un sentido y en otro. Cuántas veces habré jurado en arameo, al subirlo de vuelta, echando casi el bofe al llegar a la terraza, con su pronunciada cuesta; cuanto... Lo echo de menos. Tengo mono de bicicleta y de barrio también.

 Apenas me separan del hito kilométrico, desde la puerta de mi casa, cuatrocientos metros. Por supuesto no puedo verlo por las filas de edificios que hay entre mi bloque y el anillo. Pero parece como si estuviera mucho más lejos. 

 A veces pienso que esto del confinamiento me está atrofiando los sentidos, que acceder al mundo solo por esta puerta virtual, me está dejando fuera buena parte de los estímulos fisicos, tan necesarios porque dan información, porque hacen sentir.

  Recuperar el terreno perdido, las pedaladas de ciclista dominguero perdidas. Es el objetivo, casi diria que el gran reto. 

 Otra cosa que ayuda a seguir el confinamiento. Mantener la ilusión de recuperar lo que siempre he tenido a mano y no siempre sé valorar. En el fondo qué lección nos está dado las circunstancias a nuestros yoes, parafraseando a Ortega. Si no la salvo a ella... No me salvo yo.





 

 
 

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