Por triste que pueda parecer el campo de concentración moderno es un invento español. Fue en la Isla de Cuba, durante la denominada Guerra de los diez años (1869-1878),experimento de detención y mantenimiento de prisioneros en condiciones de dudosa humanidad al que pronto se acogieron imitándolo los estadounidenses en la Guerra de Filipinas, o los británicos en la Segunda Guerra de los Boers, ambas en el intervalo que cerraba el siglo XIX y daba comienzo al XX.
Choca pues, oir mencionar estos recintos de retención y castigo antes de la II Guerra Mundial, cuando las autoridades nazis abducieron a todo un país, que como un manso cordero, asumió como propias las tesis de exterminar a la etnia judía por ser el cáncer que había consumido, empobrecido y eliminado la esencia aria y germana de la faz de la tierra. La denominada solución final, definida como tal en la Conferencia de Wannsee, no tuvo reparos en incluir a otras etnias en sus planes de asesinatos masivos, como la gitana o la eslava, todas ellas razas inferiores.
Cuando el mundo tuvo conocimiento de lo acontecido, entró en estado de shock profundo y se conjuró par no repetir errores capitales como éste. Poco duró la conjura.
Los propios aliados internaron a los judíos supervivientes en campos de concentración, incapaces de darles una salida digna; muchos de ellos jamás regresaron a sus países de origen, ni se les compensó por el expolio que habían sufrido; de repente occidente se encontró con un problema imprevisto, ya no había nazis pero en muchas partes de la Europa Oriental no querían ver ni en pintura a los judíos, dando así alas los nacionalistas sionistas que reactivaron el plan de construir una nación judía en tierra santa, donde la diáspora bíblica. El caldo de cultivo perfecto para, sobre una injusticia, levantar otra, creando un Estado Judío artificial en Palestina, avalado por la mismísima ONU en 1948, impuesto sin respeto alguno por los pueblos que ya habitaban allí.
Cuando aparentemente nos habíamos olvidado de los campos de concentración, gracias a la denuncia de un disidente ruso, Aleksandr Solzhenitsyn, volvimos a tener noticia de ellos a través de su personal visión del Gulag, sistema de campos de trabajo que las autoridades soviéticas levantaron en zonas poco salubres para internar en ellos a personas peligrosas para el régimen, por sus actividades esencialmente politicas. El mundo entero redescubrió la maldad y tiranía una vez más, sin que nada de lo que hubiese ocurrido antes sirviese de ejemplo.
Mientras en Asia, los Jemeres rojos de Pol Pot, asombraron todavía más al mundo con sus sistemas de explotación comunales, ampliando las cifras de muertos y masacrados a cifras inasumibles.
La herida poco a poco ha ido cauterizando y la capacidad de impacto también, a pesar de la crudeza de muchas imágenes ahora que la información nos llega en tiempo real. En la era de la globalización y del mundo hipercomunicado por internet, aún hay espacio para el desconocimiento y la ignorancia. Apenas sabemos qué pasa en países subsaharianos, ni como las mafias que trasladan migrantes al primer mundo manejan a las hordas de personas que buscan desesperadas una salida. Lo que si sabemos es la falta de capacidad de respuesta de nuestras autoridades, prufundamente incompetentes y desbordadas, que ahora se plantean como respuesta enviar a paises del segundo y tercer mundo a los migrantes que no podemos asumir. En Albania, en Uganda, ¿Bajo qué condiciones, con qué garantías, con qué vías de solución?
¿ Estaremos ante un nuevo modelo de campo de concentración? Son personas, no fardos, merecen un respeto, un trato digno, una respuesta.