Desde ayer, día diez de los corrientes, los argentinos tienen nuevo presidente, el histriónico y mal hablado Javier Milei. Como era de esperar, no siguió el guión clásico de las investiduras de su predecesores, saltándose la alocución antes la cámara de representantes, sustituida por un discurso en el exterior ante una masa enfervorizada de seguidores; al más puro estilo de los nuevos inquilinos de la Casa Blanca.
Aunque no era nuevo el argumento, repetido hasta la saciedad durante la campaña y antes, el nuevo Presidente anunció la necesidad de un duro ajuste económico con un rotundo No hay plata.
Con tanta rotundidad lo pronunció que acabó silenciando a los allí presentes, borrachos de euforia, que quizá esperaban unas palabras menos severas para tan marcada ocasión. La versión argentina del Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor de Churchill, caló hondo y dará que hablar y pensar en fechas venideras.
Pocas nuevas administraciones serán más escrutadas con lupa como esta. Veremos a dónde van a parar las recetas ultraliberales del nuevo regidor del país del cono sur, si cumple su poco velada amenaza de reducir al mínimo el Estado en todas sus vertientes o la dolarización completa de la economía del país.
¡Libertad carajo! Con esa consigna puso el punto y final de su primer discurso oficial, jaleada y aclamada a grito pelado por los allí reunidos. Toda una declaración de intenciones y una muestra de por dónde van a ir los tiros. Que comience el espectáculo, aunque la vida de los cuarenta y cinco millones de argentinos no está para montajes escénicos.
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