Trato

 Se acerca la noche de los caramelos y las calabazas. Esta vez, después de vivir muchos años en un vecidario avejentado, volveré a escuchar el timbre de la puerta y cuando abra, a una ristra de enanos que disfrazados de todos los modos posibles, me saludarán a gritos con la sabida consigna de ¿Truco o trato? 

 Tengo que pasar por alguna tienda para aprovisionarme de dulces que entregar a cambio del consabido trato que me oirán pronunciar. Siempre me quedo con las ganas de soltarles lo del truco, aún a costa de recibir como regalo una bomba fétida o cualquier otra lindeza.  

 Me gusta Halloween, especialmente por ellos, los más pequeños; disfrutan haciendo la ronda por sus dominios y consumiendo el variado botín de azúcar que no tardará en acabar en sus panzas.

 Me pregunto cuantas veces en la vida no habremos estado en una disyuntiva similar, la de tener que decidir entre la seguridad que ofrece el trato o la incertidumbre y misterio que hay detrás del truco, cuando uno toma decisiones que no tienen una respuesta nítida o asegurada. La línea que separa lo acomodaticio de lo osado no siempre es gruesa.  

 Quizá un equilibrio entre lo uno  y otro sea lo adecuado. Una dosis consistente de trato y otra pequeña cantidad de truco, aunque esa será variable en función del carácter de cada cual. 

 Nada como descalabazarse en cualquier momento y circunstancia aunque sea esta vez  a cuenta de la noche que es víspera del día de los muertos.