Conflictos bélicos que son por definición, pura destrucción. Se llevan por delante infraestructuras, convierten en ciudades fantasma, lugares otrora llenos de vida. Dejan allí por donde pasan un erial donde antes había un vergel.
Daños colaterales. Allí donde la Convención de Ginebra no llega. Civiles indefensos que se vuelven protagonistas al derramar su sangre, al ser masacrados por alcance, en medio de unas escaramuzas que siendo objetivos militares, nunca perfilan al milímetro los limites de la intervención.
En todos los conflictos hay víctimas inocentes. Sangre derramada infructuosamente. En uno de esos terribles episodios de guerra, son los civiles el centro de atención antes que los propios efectivos militares: es el caso de la guerra judeo palestina.
Estos días asistimos atónitos a un nuevo episodio de una disputa que es eterna, que es diferente a todas las demás. Los muertos entre los civiles se cuentan por miles, no así entre los efectivos de las tropas combatientes. Es la guerra de los inocentes, donde los que mueren no llevan armas, ni están movilizados.
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