Mañana de trasiego y ruido en los cielos. Ahora que vivo tan cerca de la Base militar de Getafe, he visto en primicia, desde la comodidad que brinda la ventana de mi dormitorio, el paso programado de buena parte, sino todos, los aviones que han participado en los actos del Desfile del Día de la Hispanidad, que como todos los años, se ha celebrado en Madrid en el Paseo del Prado, con la presencia de autoridades, incluídos el Rey y el abucheado Presidente del Gobierno. Nada como las tradiciones.
A unos cuantos kilómetros de distancia, ajeno a los quilombos de las altas esferas, miro como planean en medio de un cielo tan claro y azul que parece pintado, en perfecta formación, aparatos de diferente tamaño y condición. Varios de ellos lucen la enseña roja igualda. En esta ocasión, no han aparecido cazas, cuyo ruido de motor, estridente, no pasa desapercibido.
Otro día de la Virgen del Pilar más, disfrutado desde la más estricta indiferencia. En medio de la caída de estatuas de Colón y otros conquistadores, en diferentes puntos del planeta; celebramos la Hispanidad, casi sólo en España. El día más importante es el más depauperado. Un día libre, aprovechado para hacer puente el resto de la semana, esa es la auténtica fiesta, la única celebración. No hay país como éste, que muestre tanto desapego a los símbolos.
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