Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 19 de octubre de 2020

In memoriam

 Aquella noche nos sacaron a rastras de nuestras habitaciones zulo. Era la primera noche de novatos en el Colegio Mayor, y los pocos veteranos que ya se habían instalado no iban a dejar pasar la oportunidad de echarse unas risas un rato, a costa de los nuevos.

 Con muy buenos modales tocaron a la puerta, me pidieron que me levantase y en pijama me bajaron hasta el hilo. Así es como llamabamos a la zona donde estaban los periódicos, zona llena de butacas entorno a la cantina (Elías Snack bar), lugar habitual de tertulias, partidas de pocha, botellines y cafés.

 Como si nos estuvieran haciendo un interrogatorio policial, con una cuidada parafernalia que incluía una silla en el centro donde se sentaba al novato de turno, rodeado de varios de los viejos inquilinos de la residencia, que por turnos iban haciendo preguntas, por ella fuimos pasando todos y cada uno de los pardillos a los que cazaron aquella noche. A alguno se le veía francamente acongojado, como si de verdad pensase que iban a hacernos alguna clase de perrería. Aquella tan sólo era la primera de unas cuantas trastadas a las que nos sometieron durante un mes, hasta que oficialmente adquirimos la condición de residentes; fuen entonces cuando tuve la primera toma de contacto con un buen puñado de mis compañeros de promoción.

 En aquella hornada del noventa y cuatro, año en que me incorporé al Loyola y aquella noche estaba un chaval desgarbado y alto con gafas de pasta redondas, con una pinta de empollón que tiraba para atrás. Venía de Logroño, y empezaba Derecho en el C.E.U. San Pablo. Se llamaba Bruno.

 Como si de una camada se tratase, aquel primer mes, coincidimos infinidad de veces: en el comedor, en el hilo, saliendo de fiesta con los veteranos... Tiempo más que suficiente para hablar de muchas cosas y de conocernos.  Bruno era un tipo educado, inteligente, con un fondo y formación cultural por encima de la media, y que detrás de su aspecto formal y reservado, escondía a un tipo amable, dicharachero, hablador y extremadamente sociable.

 Durante dos años compartimos estancia en el Colegio, o lo que era lo mismo: mesa y mantel, periódicos y cafés, salidas los jueves con invitación de primeras copas, noches de estudio y tertulias sobre cualquier tema. Cuando compartes duchas y retretres, ( tres de cada uno había por pasillo en unos minúsculos baños), con otras diecisiete personas creas un vínculo que se mantiene intacto aún con el paso de los años.

 Mi estancia en el Loyola duró dos años, hasta que mis intereses personales y académicos me llevaron a terminar la carrera como estudiante Erasmus en Italia. Después de mi partida con muchos de mis compañeros de quinta perdí contacto, o este se fue difuminando hasta reducirse a puntuales quedadas de ex-colegiales. Ley de vida, muchos volvieron a sus lugares de origen, las novias pasaron a ser parejas; trabajo, hijos... Cada cual terminó por seguir su camino.

 Caminos que son más largos para unos que otros. Ayer nos cayó como un mazazo la noticia del fallecimiento de Bruno, a los cuarenta y cinco años. Padecía un cáncer desde hacía tiempo, contra el que luchó infructuosamente y que desconocíamos la mayoría. Tan discreto como siempre, pese a que su físico, su personalidad y su talento le empujaban inevitablemente a destacar y a hacerse notar. Atrás deja viuda y dos hijos, y una carrera diplomática inacabada, en la que sin duda tenía un futuro impresionante.

 A falta de mejores modos de hacerte llegar mi pesar, sirvan estas líneas de recuerdo para darte las gracias por tu amistad y por haberte conocido. Descansa en paz, amigo.

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