Decía un locutor radiofónico hoy en la radio, mientras venía en el coche a la oficina, que los cincuenta son los nuevos treinta.
Entonces eso implica que uno deje de ser cincuentón, para ser cincuentañero, con la descarga que eso conlleva.
A vueltas con la cuestión de la edad, tema recurrente donde los haya; pasan los años, las generaciones, las modas, evolucionan los modos de pensar y de actuar, pero hay cuestiones que parecen no cambiar.
El paso del tiempo, inexorable, siempre será motivo de preocupación, de atención, de reflexión y de actividad. Tiempo que pasa íisicamente y deja sus huellas en el cuerpo; no hay nada más democrático que hacerse mayor: a todos nos afecta por igual, nadie está libre de hacerse viejo.
Cuerpo y mente afectados por los designios de Cronos, titán descendiente de Gea y de Urano, dios capaz de controlar y manipular el tiempo; no en vano en sus representaciones gráficas aparece con una hoz en la mano, la misma que empleó para castrar y derrocar a su padre, la misma que simbólicamente cercena nuestra lozanía y juventud.
Sean los nuevos treinta o no, luzco mis cincuenta y dos primaveras con alegría y desparpajo, con la cabeza intacta y las ilusiones renovadas; que dicte Cronos su sentencia temporal, cómo y cuándo quiera, mientras yo me encuentre así de bien.
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