Como cuando eramos críos y nos juntábamos en el patio o a la entrada del colegio, con el fajo de cromos repetidos con la idea de poder cambiarlos. Transacción de una a una, salvo que el cromo a conseguir fuera raro o difícil de ver, lo que aumentaba el número de cromos a canjear por él.
No había mejor clase de números ni de economía en los libros. Practicidad pura para entender el valor que tienen la cosas.
Cuántos cromos hemos canjeado después, de adultos, con otro formato.
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