Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




miércoles, 14 de septiembre de 2022

Treinta y cinco horas

 Sólo he estado una vez en mi vida en una capilla ardiente. Fue en el Tribunal Constitucional, cuando se habilitó un espacio en la sede judicial para rendir el último tributo a Francisco Tomás y Valiente, profesor de universidad, historiador, jurista y expresidente del alto tribunal. Murió asesinado por ETA en su despacho de la Universidad Autónoma. Corria el año mil novecientos noventa y seis.  

 Había mucho ambiente y ruído, pero tras los protocolarios cacheos de seguridad, pasamos enseguida al recinto, lleno de coronas de flores, bajo una luz tenue, que acrecentaba el ambiente lúgubre. Sobre el féretro una bandera de España, cubría al finado por completo, en su ataud cerrado.

 Un día de San valentín, la banda terrorista, volvió a sembrar el país de rabia y repulsa. Del amor pasamos pronto al odio aquel día, ya que el asesinato se produjo por la mañana temprano. 

  Entramos y salimos con comodidad, pese a que se anunció con tiempo la preparación de la misma, a lo largo del día, a medida que se fueron conociendo los datos y se confirmó el deceso del profesor. Espontáneo, profundo y sincero, ajenos a cualquier morbo;  por simple respeto, como alumnos que éramos y cursábamos asignaturas de derecho. Por eso fuimos varios compañeros del colegio mayor a rendir nuestro peculiar y personal respeto.

Nada comparado a las cerca de treinta horas que de media se estima que tendrán que esperar quienes quieran ver los restos de la reina Isabel II. No son hechos comparables, ni personajes equiparables, aunque el objeto sea el mismo: dar un último adiós a un personaje notorio y relevante.


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