Se ha ido el más grande, aunque para muchos haya pasado casi desapercibido.
Hijo de filósofo, filólogo y anglófilo; traductor en edad temprana, antes de animarse a dar el paso de escribir y publicar. Defensor de la idea de que para ser escritor, antes hay que ser buen lector, ha destilado su talento a lo largo y ancho de dieciseis novelas e infinidad de artículos.
En la última etapa, ha ganado más conocimiento por sus polémicas en artículos de opinión que por sus logros literarios. Siempre fiel a su criterio de decir lo que pensaba, sin casarse con nadie, menos aún con ningún poder político.
Libre e independiente, con discreción, sin hacer ruido. Así fue y así se ha ido por culpa de una neumonía, demasiado pronto.
Que la tierra te sea leve, porque la eternidad te dará tu peso, el de tu talento; el mismo que acrecentará tu sombra y tu obra, a medida que pasen los años.
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