Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 22 de junio de 2020

La sombra del viento

Corría el verano del año dos mil uno. Estaba en una de esas etapas de transición, en la que después de terminar una cosa, estás a la expectativa de comenzar otro nuevo trayecto.

 Con mi master en recursos humanos finiquitado, en pleno proceso de negociación con mi empresa de entonces para comenzar las prácticas allí mismo, hecho que aconteció el día once de septiembre para más señas,  y lleno de jornadas eternas de trabajo, pues seguía compaginando mi trabajo en aquella consultora con mis agotadoras noches de faena en un bar del centro de Madrid, que me impedían irme de vacaciones, en esa tesitura me hallaba cuando te compré una tarde de entresemana, al salir del trabajo, en el Corte inglés de Nuevos Ministerios.

 Apenas si llevabas unos meses en venta, pero ya habían circulado unas cuantas ediciones, que como por arte de magia volaron de los estantes de las librerías literalmente,  cuando yo me decidí a adquirir la mía: nada menos que la número cuarenta y siete. Me había hecho el remolón, como siempre por las sospechas que me genera el ver que un libro se vende demasiado, sospechas que se confirman en ocasiones, como sucedió con el Codigo Da Vinci, inmenso éxito comercial, al que hay que dar la enhorabuena por la excelente labor de marketing que permitió que se vendiera como si fuese La Divina Comedia de Dante, un subproducto literario de ínfima calidad.

 Recuerdo que esa misma tarde comencé la lectura, y que empezó de un modo dubitativo, flojo, más interesado por recorrer con el protagonista  las calles de una Barcelona que conocía demasiado bien por hacer bien poco que había regresado de allí después de mi fallida experiencia. Ni si quiera las gracietas de Fermín Romero de Torres terminaban por engancharme del todo.

 No fue hasta que apareció El Cementerio de los Libros Olvidados, la noche en que Daniel cogío su libro maldito, no fue hasta ese instante, en que la lectura dio un giro brusco, pasando de la apatía a la lectura enfermiza. Las páginas de la edición extensa en tapas duras fueron cayendo como agua, y un sábado por la noche, a la vuelta de mi trabajo de camarero, me encerré en mi cuarto de piso compartido, para dar finiquito a la novela. Aquella noche leí del tirón más de trescientas páginas, y empezaba a despuntar el alba, cuando me quedé dormido.

 De ese modo, pasaste a formar parte de mi reducido grupo de lecturas imprescindibles, a ser una historia que de un modo un otro he incorporado a mi propia existencia. Y como tantos otros lectores sueño con encontrame algún día con ese cementerio, y tener la oportunidad de rescatar de su descanso a alguno de los libros que allí se encuentran.

 Con la misma discrección con la que manejaste el éxito, te has ido, demasiado pronto. Buen viaje tengas, que la tierra te sea leve, y no sufras por tus creaciones, dudo que encuentren acomodo en ninguna estantería de tu cementerio.

 


 

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