Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




jueves, 11 de junio de 2020

Cementerios

  Cómo afrontamos el incierto y desconocido paso que conduce a la muerte es seguramente el tema más filosófico que existe. A fin de cuentas de entre todas las preguntas que nos hacemos como seres humanos, la de por qué estamos aquí, o por qué dejamos de estar es seguramente la que se lleve la palma.

 Y detrás de las muchas respuestas que podrían plantearse a ese dilema, podemos encontrar una en la manera que tenemos de tratar a nuestros muertos, una vez que ya no están con nosotros.

 Es un asunto ciertamente fascinamente, el de los enterramientos, como si esa considerada última morada fuera una cuestión de vivos y antes que de muertos.

 Reciéntemente, en la que ha sido mi última salida al extranjero, a la siempre tranquila, idílica y pacífica Suiza, pude observar, sin buscarlo ex-profeso, como entierran a sus muertos los helvéticos. Seguramente sea consecuencia de su predicamento protestante-calvinista, el que las tumbas estén exentas de la pompa y majestuosidad que en otras partes acostumbramos a ver, más dados a comtemplar mausoleos de todo tipo que no sabe uno bien si sirven de última morada o de homenaje post-morten.  Hay veces que al verlos uno piensa si el ego del finado se sentirá satisfecho con semejante despliegue, aunque, seamos serios, el ego siempre ha sido cosa de vivos, y tener una tumba familiar destacada, siempre fue sinónimo de posibles, de posición acomodada. No en vano tener garantizado un entierro al menos digno, fue casi una obsesión de nuestros mayores, encadenados al pago de los muertos, en pequeñas cuotas toda la vida, para conseguir que cuando llegase el momento, los gastos del sepelio quedasen cubiertos por la aseguradora correspondiente.

 Pero volvamos a Suiza y a sus campos santos. Este al que tuve acceso, junto a su modestísima y preciosa iglesia con tejado de madera a dos aguas, ejemplo de un gótico tardío practicado por estos lares, allá por el siglo XIV, lo componían un puñado de tumbas sencillas, practicadas directamente sobre la tierra, sin más hornamento que la cruz que señalaba el emplazamiento de las mismas, siendo esta, muchas veces de madera.


 


 A la carencia de esculturas de toda índole, de adornos en mármol o con apliques de metales varios, tan propio de la condición iconoclasta de los protestantes, suplía con efectos plásticos sorprendentes, el acompañamiento de estas sepulturas con adornos hechos en piedra con forma de corazón, pequeñas linternas que a modo de luminarias seguramente acompañen en vigilias de recuerdo en determinados momentos del calendario a los fallecidos y sus familiares, o los pequeños tejados sobre la cruz, para mantener limpias de nieve las inscripciones donde rezan los datos de los fallecidos. Con tan inusual sencillez, y cerentes de flores, que en esta parte de Europa serán un homenaje baldío a tenor de la facilidad con la que se producen nevadas, convierten a estos cementerios en lugares con un encanto que invitan a su visita, aunque sean lugares de reposo y respeto.

 Y es que ya se sabe, hay un turismo de cementerios que aunque hoy parezca más pujante que nunca, siempre estuvo ahí, animado por el interés que tiene para muchos conocer la última morada de personajes famosos, aunque no siempre es el caso, tal y como ocurre con emplazamientos como el único Cementerio Judio de Praga, amasijo de lápidas e hiedra, que más parece un desguace que un lugar de reposo eterno. Desde luego su visita, allá por donde pares, en cualquiera de tus excursiones, ya sea programada o accidental, es una estupenda oportunidad de formarse una opinión sobre el lugar que se visita, como si de un mini tratado antropológico-filosófico se tratase.


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