Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 27 de marzo de 2017

Quioscos y cabinas

 No hace mucho me hacía eco en mi cuenta de Facebook de la desaparición del último quiosco de prensa en mi zona de residencia. Desde hace más de ocho años, vivo en una populosa barriada de la periferia de Madrid, muy conocida por su proximidad a la todavía denominada como carretera de Valencia, aunque no sea una carretera, (es una autopista), y no lleve sólo a Valencia. En mi parte del barrio hasta cuatro quioscos de prensa quedaban próximos a mi vivienda, si por cerca consideramos el darse un paseo, un domingo por la mañana pongamos por caso, y no tardar más de cinco minutos en llegar, para comprar lo que fuese: prensa, chuches, encargar algún libro coleccionable...La irrupción cada vez de mayor de internet y su uso para leer noticias actualizadas en tiempo real, ha convertido en una práctica en desuso comprar periódicos o revistas en papel, práctica  a la que yo también desgraciadamente me he abonado, mermando y de que manera la principal fuente de ingresos de este tipo de establecimientos, probablemente solo rentables en determinadas zonas de gran trasiego.

  Algo similar ha ocurrido con las cabinas de teléfono. Uno de los iconos de mi infancia. Recuerdo perfectamente la primera vez, (y única), que vi La Cabina, aquel famoso montaje de terror surrealista escrito y dirigido a medias por Antonio Mercero y José Luis Garci, en que José Luis López Vázquez caía atrapado en las garras de una cabina de las de antes, habitáculos con forma de ortoedro puesto de pie,  cuya puerta plegable en dos partes a veces se atascaba cuando intentabas abrirla para entrar o salir. Como me impactaría el visionado de la película, no creo que tuviera más de seis o siete años cuando la vi, que recuerdo perfectamente como en una ocasión acompañando a mi madre para hacer una llamada, me quedé detrás de ella con el pie puesto en la puerta pleglable para que no se cerrara del todo.



 Al igual que sucediese con los quioscos,  no queda ni rastro de las cabinas en el barrio. Los medios ya se hicieron eco de la finalización del contrato de mantenimiento de estos puestos de llamada, de concesión pública, a finales del año pasado, una vez que el último contrato firmado del que se había hecho cargo el principal operador de telefonía del país, terminase con fecha treinta y uno de diciembre. La escasa rentabilidad de este servicio, apenas utilizado desde la generalización del uso del teléfono móvil, ha convertido en carcasas inútiles a las cabinas minimalistas de la última generación que podían verse en calles y plazas y que  en nada se parecían a la cabina-ataud que atrapó a López Vázquez en la película.

 La nuevas formas de comunicación, de información y de divertimento estan aportando su granito de arena y ayudando a modificar el paisaje cotidiano, eliminando de la estética urbana quioscos y cabinas, elementos inconfundiblemente clásicos de ese espacio de convivencia que es una ciudad. Han ido borrándose, desapareciendo a nuestra vista sin que apenas nos hayamos dando cuenta, como desaparece una planta  que se seca y nadie reemplaza. Y es que incluso en la  denominada  jungla de neón y hormigón, también hay cosas que mueren y desaparecen, como si fueran víctimas de una especie de darwinismo urbano.

 

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