- Tú
no te preocupes, cuando llegues a la entrada mira a tu izquierda y dirígete a
la sala que está al final, junto a las cristaleras. Allí te estará esperando
Teresa que te preguntará si vienes para la entrevista del puesto de encargado y
te dará el formulario que tienes que hacer como que rellenas, compórtate con
naturalidad y ya está.
Esas
eran las instrucciones que me dio David, y con ellas llegué al hall del Hotel Carlton a las cinco menos diez, un
poco antes de la hora que me había indicado. No sabía realmente por qué estaba
tan nervioso. Apenas si iba a ser un mero figurante que se sentase en uno de aquellos
sillones donde ya estaban Emilio, Ángel y Nuria haciendo el mismo paripé que
comenzaba yo en ese instante. Teresa me recibió como estaba previsto. Estaba
guapísima con un vestido de dos piezas que parecía el uniforme de una azafata
de avión. Al fondo, en una mesa instalada en un rincón, adoptando aires de
mucha profesionalidad, David y su colega, un profesor de la escuela de criminología,
hacían como que miraban documentos, muy en su papel de entrevistadores. Cogí mi
formulario y una vez acomodado empecé a leerlo, si bien cada poco levantaba la
mirada para ver que hacían mis compañeros de reparto, y mientras tanto ni
rastro del protagonista de este sainete, cocinado por David, con el objeto de
conseguir una prueba caligráfica que usar en un juicio por daños y perjuicios para
su clienta, una empresaria de hostelería arruinada por su ex pareja a quien
había contratado como camarero y con el que acabó manteniendo una relación
sentimental destructiva; aquella mujer se convirtió así en el primer cliente de
David, poco después de que consiguiera la licencia de detective privado.
Los minutos pasaban lentamente; probablemente empujado por la comodidad de aquel mullido sillón, mi cuerpo fue relajándose, llegando a lanzar una tímida sonrisa a Nuria que sentada a mi lado, con los ojos, parecía decirme, ¿ Qué pasa, no aparece este tío o qué? Las manijas de mi reloj parecían no obedecer al tiempo que como si estuviera congelado nos mantenía maniatados en una situación artificial en medio del trajín cotidiano del hotel. Ir y venir de maletas, camareros con bandejas y bebidas, Unos críos jugaban con un oso de peluche en recepción mientras esperaban a que sus padres terminaran de realizar sus gestiones en el vestíbulo... Entretenido estaba en observar al público de aquel hotel a esa hora de ese viernes de mayo, cuando sin darme cuenta, nuestro sujeto apareció.
La curiosidad me podía así que alcé
la cabeza como si estuviera haciendo que pensaba en algo, cuando al mirarle,
note que él estaba haciendo lo propio conmigo. Durante unos instantes nuestras
miradas se cruzaron, y así estuvieron hasta que yo me decidí a apartar la mía.
Frío, con cierto desdén, clavó sus ojos en mí con la rotundidad propia de una
persona fuerte y segura de sí misma. Me miraba sin mirarme, seguramente porque
de ese modo su mente se desentendía de lo que había en sus manos, un papel y un
bolígrafo, que apenas si había utilizado. Apenas si había escrito una palabra a
medio terminar que parecía ser un nombre. Tal vez algo no le cuadraba, o se
sentía incómodo asistiendo a ese proceso de selección de un encargado de
restaurante, que por ser para una hipotética franquicia se hacía en un hotel y
no en el propio local, como corresponde al modo habitual de entrevistas del
mundo de la hostelería.
Repentinamente empecé a sudar. Me
vino esa sensación tan poco agradable de sentir como mi cuerpo transpiraba y
comencé a olisquearme como si fuese un perro, por temor a que mi cuerpo o mis
ropas pudieran generar algún tipo de mal olor. Estaba cada vez más incómodo y
cada vez que alzaba la cabeza ahí estaba él que como si fuese una estatua
apenas se movía, manteniendo su mirada puesta en quien tenía delante, o sea en
mí. ¿Se estará dando cuenta?, me dije, a quien su postura empezaba a
intimidarme de ya de manera
considerable. ¿Se habrá dado cuenta del montaje, y habrá visto algo que le haga
sospechar? ¿Seré yo el culpable?
Mis dudas tocaron a su fin gracias a
Teresa, mi salvadora, que comenzaba el siguiente acto llamando a mi inquisidor vecino
por su nombre, que resultó ser Fernando, para que hiciese su entrevista fingida.
Y así se levantó y se fue; aprovechando que me daba la espalda di un resoplido
que oyeron todos mis compinches produciendo un alborozo contenido en ese
momento que pasó más tarde a risa generalizada en la cafetería de la Calle
Atocha, donde nos reunimos todos después para comentar la experiencia y en la
que fui casi tan protagonista como Teresa y los entrevistadores, que eran con
mucho los que verdaderamente habían arriesgado en esta escena.
David y su profesor consiguieron que
Fernando escribiera algunos datos completos y ese papel fue a parar a manos de
un juez, acompañado de una declaración de un perito que cotejó aquellas
palabras con otros escritos donde su letra y su firma aparecían suplantando la
de aquella mujer que gracias a la pericia de David ganó el juicio. Han pasado
los años y recuerdo la experiencia como algo gratificante; ayudamos a aquella
pobre mujer, pero si hay algo que no olvidaré nunca es el rictus y los ojos de
aquel sujeto de mirada fría que si algún día volviera a ver, reconocería
seguro. Y al pensarlo me surge una duda que me inquieta como me inquietó
aquella noche cuando me acosté temprano, más cansado de lo habitual por culpa
de las emociones vividas. Si me viera él de nuevo, ¿Me reconocería a mí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario