Nada para ponerse nostálgico como dejarse atrapar por las imágenes de una de las series icónicas de los años ochenta.
Fan incondicional como era de Murdock, el tarado del grupo, siempre entrando y saliendo de sanatorios mentales, lo que le daba la coartada para seguir siendo un hombre libre, a diferencia de sus compañeros, en la clandestiniad y perseguidos por el ejército, por un delito que no habían cometido.
Único colofón para la carrera de un actor tan notable como George Peppard, galán de los años sesenta y digno compañero de reparto de la mítica actriz belga Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffany's.
Cuando era un crío era una serie que veíamos en casa, en familia, los sábados en la sobremesa. Hoy es una reposición con aire vetusto y caduco que hace las veces de relleno en canales de la TDT de segunda fila y audiencia. Con eso y con todo, no pierde ni un ápice de encanto, como el que tuvo cuando fue novedad en la parrilla televisiva.
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