Es como estar delante de un amigo, tomando un buen café y charlando de tiempos pasados y poniendo sobre la mesa, al olor de un buen torrefacto caliente, tiempos pasados, que pueden ser mejores, o no, pero son al fin y al cabo, y forman parte de la vida de uno.
Así es como se siente uno leyendo las páginas de este trabajo breve y por ello, insuficiente, por lo corto que se hace y rápido que se lee, con que Luis Landero ha vuelto a ponerse en primera plana del mundo editorial. Presentado como una continuación de El balcón de Invierno, también publicado en Colección andanzas de Editorial Tusquets, cuenta en clave de recuerdo, pequeñas pinceladas de vida, siempre acotadas al espacio de infancia que supone su pueblo extremeño, abandonado hace sesenta años, y que pese a la distancia y los años, es un referente fundamental sobre el que se contruyen otras experiencias de vida.
Lectura que supone un repaso breve pero intenso a una vida de guitarrista, en París y sin hablar francés, de profesor de instituto como filólogo, y de escritor que comparte sus experiencias, convirtiendo al libro en un repaso a lecturas, autores e influencias de este brillante narrador, referente de escritores y de personas, aquellos que han tenido la suerte de tenerle de profesor de literatura. Y todo ello con el fondo de la obra de Waldo Emerson, cuyos volúmenes de ensayos son una de las lecturas que más han marcado e influido al Landero hombre y escritor.
Más que un valor seguro, leer a Landero es una experiencia única. Imprescindible si se quiere estar al día en lo más notable de la literatura reciente en lengua castellana.
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