Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




martes, 23 de febrero de 2021

Perroflautas con glamour

 Debía correr el año 2007, época en que transcurrían mis primeros momentos de libertad, en lo que se refiere a la habitacionalidad, al poder vivir, por fin, en un piso sólo y por mi cuenta, sin tener que subarrendar una habitación para compartir gastos.

 El magro caudal de mi bolsillo dio con mis pasos en un zulo de treinta y dos metros cuadrados, en una finca de mas de setenta años, cerca del mercado de Doña Carlota, en el distrito de Puente de Vallecas.

Para quien no conozca aquella zona, ubicada justo entre la perpendicular que marcan la Calle Peña Prieta y la Avenida de la Albufera, agrupa a un sinfín de pequeñas callejuelas estrechas, que a fuerza de ir demoliendo casas terreras, terminaron por servir de base para la construcción de nuevas fincas de pocas plantas y pocas viviendas, dando al barrio un cariz renovado de clase media y edad joven y baja, perfil típico de padres próximos a los cuarenta con hijos de muy corta edad.

 Pero no todas esas callejuelas estaban abonadas al boom contructor e inmobilario; muchas de las viejas fincas se mantenían en pie pese al deteriorio de los años, viviendas ocupadas por gente humilde y población flotante, un batiburrllo de nacionalidades donde los ecuatorianos destacaban, como bien pude comprobar al ver como se gritaban los goles de su selección en el mundial de 2008. En una de esas fincas, vacia por completo, acabó por asentarse una colonia okupa. Vecinos antisistema, mezclados con el resto, con sus perros sin correa, su indumentaria de vaqueros ajustados y camisetas desgarradas y sus pelos largos carentes de cuidados y limpieza. Con ellos me cruzaba muchas veces, al ir a desayunar al bar que albergaba una peña rayista, o para ir a hacer la compra al Caprabo. En aquella época, mis paseos por el barrio iban acompañados de un cigarro en la boca, adicción tardía de más de once años, que se vio repentinamente cortada para siempre por culpa de un catarro mal curado, que me dejó baldado durante semanas y encerrado un fin de semana entero de cuatro días, sin más compañía que la de la fiebre y mi perro.

 En una de esas rutas de barrio para hacer recados, me abordaron dos de mis vecinos okupas, atraídos por el humo de mi cigarro. La razón del abordaje era obvia: los dos pretendían que les diera un cigarro. Y así ocurrió, no porque me sintiese intimidado, ni por las apariencias ni por las formas de mis convidados, a los que conocía de vista. Mientras ofrecía fuego a cada uno, sin saber muy bien por qué, me salío un comentario y les dije:

 - Caray, para ser antisistemas, bien que os gusta darle al rubio americano.

 Me rieron la ocurrencia, a la par que uno terminó por contestarme: "Es que el vicio, es el vicio". 

 Se marcharon con su paso cansino, dando caladas a sus reciendo empezados cigarrillos, mientras yo hice lo propio y me fui a lo mío. Nunca más volvieron a pedirme tabaco, pese a encontrármelos en otras ocasiones, antes de que lo dejase. Muchas veces he pensado en ese comentario, que podría haber resultado osado o lesivo, según fuera quien recibía mis cigarros, aunque desde luego, tuve suerte y nada me dijeron al respecto. Supongo que me salió del alma, por aquello de ser un contrasentido y a ellos, simplemente les hizo gracia.

En estos días, viendo las imágenes de saqueos de tiendas con escaparates reventados, en algunas tiendas de lujo de Barcelona, no he podido evitar acordarme de mis ex-vecinos y de nuestra corta charla y es que supongo, que de incongruencias todos estamos llenos y no se salva nadie, ni siquiera los que no creen en el sistema, empecinados en guindar mercancías sin tener en cuenta la plusvalía que generan y que ayudan a la explotación que abriga el capitalismo, según sus propios criterios. Va a ser verdad eso de que todos tenemos un precio y, a menudo, es más bajo del que nosotros mismos nos imaginamos.

 

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