Mi calculadora personal de contaminador agresivo está bajando considerablemente en la últimas fechas, desde que la falta de transporte privado me está abocando a utilizar los medios colectivos para mis desplazamientos. De hecho, he de coger los que tenemos disponibles en Madrid: bus, metro y tren cercanías, para acudir los tres días preceptivos que marca mi empresa, de presencia física en la oficina.
Como sigo por debajo de la media en lo referente a coger vuelos y a otras prácticas como el uso en exceso de plásticos, puedo decir que mi karma ecológico se está blanqueando y no llega a casi inmaculado por culpa del smartphone, cuyas cargas diarias de batería son un lunar negro del que es muy difícil prescindir.
Contaminación que ahora tiene nombre y apellidos, la famosa huella de carbono, constructo acusador que cuelga el sambenito de infractor a todos y cada uno de nosotros. Cosas de la conciencia verde, excelsa en unos casos y magra en otras, como suele ocurrir a todo ser volitivo y consciente.
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