Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




lunes, 11 de marzo de 2024

Castillos de Fuego

 Estreno por lo todo lo alto. Primera lectura de un título de Ignacio Martínez de Pisón y que lujo comenzar con la lectura de esta novela, trabajo de muchos quilates.

 Ambientada en el Madrid más crudo, el de la posguerra de comienzos de los años cuarenta, ciudad destruída y consumida por el hambre y la miseria, llena de almas en pena que a duras penas se las veían y deseaban para llevar algo caliente al estómago, con el que aliviar los empellones de un estómago que no dejaba ni tan siquiera dormir.

  Ciudad llena de gentes humildes, de estraperlistas capaces de rapiñar con todo, de madres hartas de hacer colas para conseguir las viandas a las que se tenía acceso gracias a la cartilla de racionamiento, o de insurgentes que se movían en las sombras, tratando de confabular contra un estado policial que los perseguía con saña y dureza, la lectura de Castillos de Fuego, (Editorial Seix Barral), es una oportunidad de pasear por la capital, usando sus páginas como un callejero donde avenidas, plazas y calles acompañan a sus protagonistas en medio de la pesadumbre y tristeza imperantes.

 Como bien dice la reseña que acompaña como sinopsis en las cubiertas libro, esta novela tiene más verdad que un libro de historia, con personajes ficticios que bien pudieron haber vivido en el Madrid de la incertidumbre, esa que durante cinco años tuvo en vilo a una ciudadanía que, pese al oscurantismo informativo del régimen, andaba pendiente de las noticias que traía el frente en Europa,  cuya victoria, decantada hacia un lado u otro, podía suponer la prologación o conclusión del mandato del Caudillo

 La atmósfera rotunda y depresiva que narra en sus páginas el autor, bien podría compararse a la de otros títulos que como este, quisieron poner de manifiesto la dificultad con la que este país logró sobrevivir, en los años más difíciles. Inevitable no acordarse de La Colmena de Cela, o de 1940, de Paco Umbral, títulos a los que en nada desmerece este inmenso trabajo de Martinez de Pisón.




 

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