Veía ayer una entrevista a una joven cantante, que hacía valoración de su carrera musical y hablaba de cada etapa que había experimentado y de cómo había evolucionado a lo largo del tiempo y en cada uno de sus trabajos discográficos.
Hablaba en tiempo pasado, insistía en el proceso de maduración que conlleva el ir quemando etapas y remataba sus reflexiones diciendo: porque claro, el tiempo pasa...
Prisas. Sin quererlo en su gesto transmitía esa tensión, esas ganas de no sentir que se estancaba.
Ese tiempo que "pasaba" en la entrevista eran tan sólo cuatro años, desde los veinte a los veinticuatro. Apenas cuarenta y ocho meses que escuchándola hablar parecían décadas de carrera.
Hay personas que parece que pasan de puntillas por la vida y a las que nunca les pasa nada; otras en cambio parecen compensar ese ostracismo y acumulan experiencias en un espacio de tiempo muy limitado. Es el fruto de una manera de vivir, acelerada y en contante tensión en la que todo pasa rápido, sin apenas tiempo de saborear los frutos de lo conseguido.
Para reflexionar desde luego, en aras de encontrar respuestas a ese constante inconformismo que atenaza tanto hoy en día. Es importante plantearse cosas, mejor aún alcanzar las metas que se persiguen, pero si se carece del tiempo y la capacidad de disfrutarlas y valorarlas, entramos en un contexto de mecanicación de actividades que nos aleja de nuestra propia esencia, potenciando el vacío que invita a seguir para no dejar que nos engulla la apatía y la frustración. Éxito es ya estar en marcha, activo, con ganas de hacer cosas; al fin y al cabo es tan importante como llegar al final del camino, estar andado por él.
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