Tema recurrente cada comienzo de curso. En esta ocasión el objeto de disputa es la falda. Un colegio religioso de Granada ha impuesto en el uniforme de este año el pantalón obligatorio tanto para chicos como para chicas. La decisión no ha calado entre algunos padres, que han protestado por la medida, tanto que hasta han contratado los servicios de una abogada para recurrir la decisión.
Nunca fui al colegio con uniforme, ni he sentido simpatía alguno por llevarlo; ni tan siquiera encontré interesante perseguir a las chicas con sus faldas a cuadros, fantasía masculina tan cutre como poco original. Ahora de adulto, con tantos amigos con hijos en edad de estar escolarizados, mi aportación a la clásica discusión de si uniforme sí o no, es tan neutra como apática: sinceramente me da completamente igual.
No sé, imagino que son cosas de padres; igual si me viera en esos menesteres, andaría más preocupado de mojarme. Mientras tanto, no puedo hacer otra cosa que reirme de cosas como esta, tan banales como absurdas, tanto como para ser noticia y aparecer en los medios. Lo intrascendente, vende.
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