Dónde están los límites de la privacidad. Que una primera ministra tenga que dar explicaciones de lo que hacía en una fiesta con amigos y no se pida explicaciones a quien ha filtrado una grabación que era privada, da muy buena cuenta de cómo afrontamos lo privado desde que existe internet.
Esto transciende la era de las fotos robadas, prácticas del todo obsoletas. Somos paparazzis en potencia, capaces de registrar con cualquier terminal unas imágenes que más pronto que tarde acabarán colgadas en la red.
Suena a ponerle puertas al campo, a cercenar la libertad de expresión, pero urge limitar el uso de la imagen y voz ajenas. Sea porque se violenta la intimidad de una personalidad pública o de cualquier otro común. Registrando, divulgando o simplemente callando.
Redes. Cuántas puertas valiosas abiertas, y cuantas otras no tanto, que con muy poco pueden hacer tanto daño.
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