Esta noche, al fin, he conseguido conciliar el sueño. Después de muchas madrugadas de dormir a ratos, de despertarme angustiado, con falta de aire, con el corazón en la boca, de tener que incorporarme y esperar a que el ritmo cardíaco me bajara, para poder volver a tumbarme.
Lo he logrado después de despedirme de ti y de borrar tu número de teléfono.
Fin a tres meses de contacto, desde que aquella mañana, haciendo ruta hacia Palas, te encontrase en mitad del campo con tu amiga.
Fueron días increibles, en los que poco a poco conseguiste que me interesara en ti, en tus gustos, en tus ambiciones. Poco a poco las miguitas de pan que fuiste sembrando acabarón llegando a mi estómago.
Y a mi corazón.
Recuerdo la noche de la despedida, cuando os acompañamos a vuestro hotel, el abrazo con que nos dijimos adiós, la ternura de tus brazos; esa noche volviéndome a mi hotel, ya sabía que me había enamorado de tí, hasta las trancas.
Llegaba lo más difícil, mantaner esa magia en la distancia. Y nuestros caminos fueron siguiendo destinos inversos, cuanto más yo me enganchaba a tí, más te ibas alejando tú de mí, por razones que sólo tú sabes.
Intenté hacer lo que me pedías, jugar a ser amigos, pero lejos de conseguirlo, he puesto aún mas piedras en el camino, distorsionando la poca dignidad que me quedaba.
Porque uno se falta así mismo cuando trata de ahogar lo que siente.
Ayer, en un arrebato de lucidez, tome la decisión, porque era una necesidad y una obligación. Verte me duele, oirte me aterra. Porque te quiero, necesito olvidarte.
Punto y final. Dentro de algún tiempo, cuando la congoja que ahora me cubre pase, volveré a mirar las fotos del camino; a buen seguro que lo haré con una sonrisa de cariño infinito.
Hoy toca seguir andando, pasar página, olvidarme de la idea de que algún día podría conquistarte. Que el tiempo, siempre fiel aliado, me ayude en mi empeño.
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