Darco

 Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va.

Cuando se va para siempre, deja un vacío imposible de rellenar.

 Llegaste a nuestras vidas de rebote, casi como sin querer, fruto de una relación efímera con una compañera de trabajo que amaba los perros, y que me convenció para traerte, desde aquel refugio en Aranjuez, donde estabas con tu hermana, junto a otros perros, esperando una adopción.

 Tenías cara de bueno, eras tranquilo, aunque sólo era una fachada; incontables los litros de lejía para limpiar, los mil desastres que me hiciste en la casa de Vallecas, en tus primeros doce meses de vida. Quien hubiera dicho, que luego cambiaras tanto, y te volvieras ese perro bueno y paciente, que nos acompañó durante los siguientes quince años.

 Pronto te enamoraste con los abuelos, y para abajo que te fuiste a vivir con ellos, en Málaga. Allí ayudaste a papá a superar su angina de pecho, protegiendo como buen guardian las casas en las que han vivido, sacándoles de paseo todas las tardes, dándoles amor y cuidados en los meses más difíciles del confinamiento. Repartiendo cariño a raudales, ese que con la cola agitándose nos diste a todos los miembros de la familia, sin cansarte nunca.

 Y aunque estabas muy viejito, no queríamos pensar en que algún día tendrías que marcharte, y ese momento llegó el sàbado pasado, cuando algo en tu cabeza dejó de funcionar y desconectó tu siempre alerta cerebro. Tan bueno eras, que hasta para irte, lo has hecho rápido y sin dar ninguna guerra, algo que nos ha dejado en shock, con necesidad de tiempo para asimilar que ya no estás.

 No te imaginas el vacío que nos dejas. Olvidarte no sería posible, sólo puedo darte las gracias por haber aparecido en nuestras vidas, por habernos dado tanto, siempre pidiendo tan poco; ojalá te hayamos hecho muy feliz.

 Descansa Darco, vete en paz, pero sólo en presencia. Un pedacito de nuestros corazones será siempre tuyo. Te quiero muñeco.