He descubierto que soy un egoísta, más bien que lo he sido, a lo largo de estos últimos dieciséis años. ¿Motivo? Decidirme a tener una mascota.
Según el Papa Francisco mi deseo de ser padre lo sofoco mostrando mi afecto por un animal. Porque soy así de cómodo. Más barato, más práctico, menos sacrificado...
Siento gran simpatía por este pontífice. Es valiente, y tiene una empatía de la que carecían otros en su puesto. El Obispo de Roma es un cargo ciertamente complicado, esa dicotomía entre poder espiritual y poder político hacen de su figura un cargo diferente y enormemente influyente; de hecho no hay un político en todo el mundo que tenga tantos acólitos.
Esta vez, y lo digo sin aspavientos, se ha equivocado. Primero porque no es quien para juzgar las razones por las que muchos no hemos dado el pso de ser padres. No hay peor ignorante que el que opina sin conocer.
Tener una mascota es una responsabilidad, pero ni de cerca se aproxima a la de la crianza de un hijo; manifestar algo así es recurrir a un análisis tan simple como torpe, impropio de una personalidad de su calibre. Si no nacen más niños, que busque las explicaciones en otra parte, más demagogos, no gracias.
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