Motivación existencial

Ricón para pequeñas reflexiones ahora que las puestas de sol se ven desde los cuarenta...
por Dondo Moreno




viernes, 29 de octubre de 2021

Malena

 Tengo frío. Una corriente de aire se cuela en la habitación, y me llega desde los pies, pese a tener el edredón puesto y estar tapado hasta la nariz. Me estremezco, aún en sueños, con ese duermevela que me hace creer que estoy despierto.

 Termino por abrir los ojos. La cortina se levanta poco a poco, mientras oigo ruido desde fuera de la ventana, como si alguien rasgara o escarbara. Pese a que el cierre no está bien, y el burlete está gastado, nunca había previsto la posibilidad de cambiarla, pese a no cerrar herméticamente.

 Entonces me doy cuenta; la cotina deja de moverse y de hacer pliegues, dejando traslucir nítida una figura diminuta, esquinada, que es la que se afana en abrir la ventana... A picotazos. Es ella, Malena, la urraca que desde hace días duerme en el árbol que tengo enfrente de mi dormitorio. 

 Me quedo bloqueado, como si no terminase de creerme lo que está pasando, lo que hurga afuera es su pico, negro y poderoso, y poco a poco va apartando la hoja, creando un hueco cada vez más grande; quien sabe si lo suficiente para permitirle entrar. Cada vez la corriente de aire es más fuerte y hace más frío. Mis músculos entumecidos no reaccionan, salvo para hacerme una bola bajo un edredón y unas sábanas que no me cubren, ni protegen.

 Oigo correr la hoja sobre el rail, y, por primera vez un graznido nítido, rotundo. Un chillido que crea eco en mitad del silencio oscuro.

 Y es entonces cuando se eleva en el aire, y queda suspendida en mitad de la habitación; apenas si la percibo en la penumbra, que dibuja su silueta alada, mostrando por momentos su envergadura de pájaro. Siento su presencia, su aliento, cada vez más cerca, es el paso previo antes de iniciar el ataque. Noto que el frio me traspasa la piel y me cala los huesos. Quiero moverme, pero no puedo. El terror que reflejan mis ojos, deja caer las primeras lágrimas de desesperación, Quiero gritar, quiero salir de allí, pero no puedo.

  Acabo por cerrarlos, mientras bajo la cabeza y aprieto el mentón contra mi pecho; comienzo a farfullar algo que suena a una oración, aunque no se lo que digo, ni lo que escucho; otro graznido imponente suena en medio de la estancia, como aviso y preámbulo del ataque inminente. Cría cuervos, que te sacarán los ojos...

   Otro ruido pavoroso irrumpe en mitad de la noche, aunque esta vez sale de mi garganta, y con mis ojos abiertos, sentado en la cama, a la que me he incorporado sudoroso, respirando con dificultad. Siento los pies frios, embarrados en mitad de unas sábanas húmedas que acrecientan la sensación de frío.  Miro hacia delante y veo la cortina moverse; la ventana está semiabierta.

 Me incorporo y voy hacia la ventana, con la intención de cerrarla, entonces me acuerdo de Malena, de su rama a apenas dos metros del alfeizar de mi ventana. 

 De un golpe seco deslizo la hoja y cierro aunque no encaje perfectamente. Sólo una mano humana podría abrirla ahora. Con cuidado, aparto un poco la cortina que ahora está queda, inerme, como todas las noches, sin corriente de aire que la jalee, y miro afuera.

 Y allí está ella, acurrucada bajo su plumaje blanco y negro, apoyada sobre una única pata, como cuando la vi por primera vez, cuando decidi llamarla asi, Malena, no sé por qué. Disfrutando de su sueño reparador, ajena a ataques que sólo son fruto de mi imaginación, de sueños de luna llena y víspera de muertos.  

 

 

 

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